Patricia Ramirez. 13/08/2015
Muchos padres, educadores y
entrenadores hablan sin que sus comentarios pasen el filtro de lo
que se debe o no se debe decir. Las palabras no se las lleva el
viento. Quedan, impactan, condicionan la forma de ser de las
personas a las que educamos y generan emociones como el rencor y la
ira por parte de quien se siente agraviado.
Muchos de estos comentarios,
cuando se dicen, ni siquiera se sienten. Son fruto de arranques
emocionales y de la ausencia de reflexión. Muchas personas tienden
a repetir lo que han oído en casa de sus padres, incluso a
sabiendas de que les hizo mal.
Te dejo a continuación frases
que todos han escuchado alguna vez o que puedes haber pronunciado.
No se trata de sentirte mal y culpable si sueles decirlas, pero sí
de tomar conciencia y corregir para que no se repitan. Existen otras
alternativas, otras formas de comunicarnos que facilitan el
entendimiento, la confianza y la complicidad entre niños,
adolescentes y adultos.
1. Un día de estos cojo
la puerta y ahí os quedáis.
Los niños son muy crédulos y
se creen todo lo que les dices. Yo recuerdo que me creí que mi
padre era el campeón del mundo del parchís, de la oca y de todo a
lo que jugábamos. Y para él solo era una broma, pero yo me lo
creía. En este caso era un comentario inofensivo. Pero lo mismo
ocurre cuando les dicen que les van a dejar de querer, que se van a
ir de casa y que se van a quedar ahí. El niño se siente culpable y
desarrolla miedos, incluso dependencia emocional. No permitas que tu
hijo pase por este sufrimiento por no saber controlar la situación.
Aprende técnicas y recursos
eficaces para que obedezcan, pero no amenaces con algo que ellos
pueden interpretar de forma angustiosa y que tú jamás vas a hacer.
Hasta que ellos se dan cuenta de que forma parte del control de su
comportamiento, puede haber pasado el tiempo suficiente como para
haber desarrollado culpabilidad, baja autoestima, dependencia
emocional y no sentirse queridos de forma incondicional.
2. No puedo con vosotros.
Me sacáis de quicio.
Cuando dices a tus hijos que no
puedes con ellos y que te sacan de quicio, pierdes la batalla. Jamás
les digas esto, incluso estando de los nervios. Les puedes poner un
castigo que hayas reflexionado, puedes quitarles algo que adoren
hasta que se porten bien o cumplan con lo establecido, pero no les
digas que has perdido la fuerza y que te han ganado, porque eso es
lo que significa esa frase.
Realmente lo hijos nunca sacan
de quicio, quien te saca de quicio eres tú, que no paras de
contemplar la situación como si fuera la tercera guerra mundial,
empiezas a hablar de forma atropellada, a verbalizar que estás
harto o harta de niños, que no puedes más, gritas y acabas
perdiendo los nervios. Si quieres que te obedezcan, habla de forma
relajada, sin grandes parrafadas, di de forma clara y resumida lo
que quieres que se haga; y si no lo hacen, explica cuáles serán
las consecuencias. Y refuerza cuando cumplan con lo que has pedido.
Con dar las gracias a veces es suficiente.
3. Si me quisieras...
Huye de la manipulación. Si
quieres algo de tus hijos, pídelo. Si quieres compañía, un beso,
que colaboren más, pídelo. Pero no utilices el amor para hacer
chantaje emocional. Es una enseñanza que también utilizarán ellos
cuando sean más mayores. "Papá, mamá, si me quisierais me
compraríais una moto, me dejaríais salir hasta más tarde, etc."
Si no quieres escuchar estos comentarios, no los utilices tú
tampoco con ellos.
4. No puedo confiar en
ti.
Todos mentimos alguna vez, todos
fallamos alguna vez. Si generalizamos y le decimos que no confiamos,
pensará que ya no hay nada que pueda enmendar la impresión que
tienes de él. Si te ha fallado dile en qué y cómo te hace sentir.
Pero no generalices como si no fuera a ser capaz de decirte jamás
la verdad. Al revés, dile que sigues confiando en él y que
aprecias que te diga la verdad y reconozca sus errores. Que ese es
el comportamiento que te hace feliz. A ti tampoco te gustaría que
te retiraran la confianza para siempre. Porque ello impide que tú
mejores y seas quien deseas ser.
5. Todo lo haces mal, no
hay manera, no sabes hacer nada de lo que te pido.
Después de esta afirmación en
la cabeza de tu hijo solo hay una reflexión: soy un completo
inútil. Esta idea de uno mismo limita la creatividad, el esfuerzo y
la confianza. No hagas juicios de valor de tus hijos, alumnos o
jugadores. No etiquetes. Pide solo lo que necesitas de ellos.
La solución pasa por corregir de forma constructiva en lugar de machacar con el error. No es "todo lo haces mal" sino "piensa si esto se puede mejorar y ahora me lo cuentas, creo que podrías darle una vuelta y mejorar el ejercicio".
La solución pasa por corregir de forma constructiva en lugar de machacar con el error. No es "todo lo haces mal" sino "piensa si esto se puede mejorar y ahora me lo cuentas, creo que podrías darle una vuelta y mejorar el ejercicio".
6. Deberías comportarte
como...
Las comparaciones son odiosas.
Cada uno es como es. Si deseas que un niño se comporte de forma
determinada o que haga o deje de hacer algo, pídeselo. Pero querer
que espabile comprándolo con su hermano, con su primo o con su
mejor amigo es un error y le aleja de esa persona. No querrá estar
en contacto con quien es su rival y, además, le supera.
La solución es pedirle lo que
necesitas de él, sin comparativas. En lugar de "te podrías
parecer a tu hermano, que se pone a estudiar sin que le digamos
nada", puedes decirle "sería genial y me darías una
sorpresa enorme si te pusieras a estudiar sin que yo esté pendiente
de ti a las cuatro, que es la hora que hemos acordado".
7. Es que eres tonto.
Ya lo decía Forrest
Gump:
"Tonto es el que hace tonterías". Tu hijo es alguien que
se equivoca, que comete errores, que puede que no se esfuerce lo que
tú le exiges, pero no es tonto. Cada vez que escucha esa palabra de
ti, se lo cree. Y terminará por tirar la toalla ante determinados
problemas o dejará de buscar soluciones porque la idea que tiene de
sí mismo es la de que es tonto.
La solución pasa por dejar de
etiquetarle. En lugar de decir "eres tonto, de verdad, no sabes
ni poner la mesa", puedes decirle en qué se ha equivocado y
darle la solución: "Carlos, por favor, pon en la mesa lo que
falta, creo que son las servilletas y los tenedores".
Cuida tus expresiones, no solo
con los que depende de que los formemos, sino con todos. Las
palabras pueden hacer mucho daño y no se olvidan.
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