El auténtico conocimiento, el
conocimiento científico, sólo se puede tener de aquello que es
universal y que permanece, no de lo particular y mudable. Por lo
tanto, el verdadero conocimiento científico sólo se puede tener
respecto de las Ideas. Es en las Ideas donde se encuentra la
verdadera esencia de las cosas, aquello que las cosas son. Pero para
Platón, dentro de la dualidad de la realidad, no es sólo que en el
mundo inteligible, dominado por la Idea de Bien, podamos encontrar la
esencia de las cosas y aquello que nos posibilita su conocimiento
verdadero, sino que es al mundo inteligible al que el mundo sensible
le debe su propia existencia y su esquiva identidad por mor de la
actividad recreadora del Demiurgo. Pero Platón va más allá, y nos
dice que el resto de las Ideas del mundo inteligible se pueden
conocer en sí mismas gracias a la verdad que reciben de la Idea del
Bien; y no sólo eso, sino que es la propia esencia de las Ideas, su
propio ser eterno e inmutable el que depende de la suprema Idea del
Bien, tal y como se expresa en la frase: “Y
así dirás que a las cosas cognoscibles les viene del Bien no sólo
el ser conocidas, sino también de él les llega el existir y la
esencia”.
La relación de dependencia y
paralelismo entre el mundo del cambio, por un lado, y el de la
permanencia de las esencias, por otro, la explica Platón mediante el
concepto de participación. Las cosas, las realidades del mundo
visibles lo son, son tales realidades en tanto en cuanto que
participan de la realidad inmutable y eterna de las Ideas. Y, por
último, es la Idea de Bien la que, perpetuando la labor creadora del
Demiurgo, posibilita la permanencia en la existencia ya no sólo de
los objetos de la experiencia sensible, sino de las mismas Ideas en
las que radican las esencias de las cosas. Pero es tal la excelencia
de la Idea de Bien que ésta no es ni siquiera esencia de ninguna
otra cosa o Idea, “y
aun siendo bellos tanto el conocimiento como la verdad, si estimamos
correctamente el asunto, tendremos la Idea de Bien por algo distinto
y más bello que ellas”.
A dicha conclusión, llega Platón llevando a su último extremo la comparación, el
símil, la analogía existente entre la posibilidad de conocer con
verdad y su causa, la Idea de Bien, por un lado, y la posibilidad del
sentido de la vista y su causa, la luz del sol, por otro. Así como
la posibilidad que existe de ver las cosas necesita de la luz y sin
luz no hay modo de poner de manifiesto el sentido de la vista aun
cuando éste existiera, de la misma manera, la facultad de conocer
debe responder de modo efectivo sólo ante cierta forma de
iluminación de su objeto. Y así como es el sol la causa de la luz,
la cual permite ver, del mismo modo es la Idea de Bien la que
confiere a los demás objetos de conocimiento, es decir, las Ideas,
la posibilidad de ser vistos por el entendimiento, la posibilidad de
ser alcanzados en su verdad. Da Platón un paso más en el
paralelismo entre la facultad de la vista (la más perfecta de las
percepciones) y la facultad del conocimiento. Y argumenta que, si la
causa de la visión de los objetos, es decir, el sol, es también el
origen de estos mismos objetos al posibilitarles la vida y es además
aquello que a través de la nutrición les permite permanecer
viviendo, del mismo modo la causa del conocimiento de las esencias,
la Idea de Bien, será la que les posibilite a ellas su existencia
atemporal y así a la propia Idea de Bien deberán su esencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario