Saber reconocer y encauzar la
ira es una capacidad esencial para mejorar la relación con los demás.
En muchas ocasiones sentir rabia es algo
inevitable, justificado e incluso útil, pero otras veces comporta una explosión
que acaba sacando la peor parte de la persona. Sabemos que la ira es la emoción
que está detrás del maltrato, la ofensa, la violencia y peleas. La ira nos coloca ante un dilema:
·
Si
reprimimos nuestros enfados podemos aumentar dicha ira.
·
Si
damos rienda suelta a los sentimientos de enfado puede causar daños a uno mismo
o a los demás y empeorar una situación ya de por sí difícil.
Entonces, ¿qué podemos hacer si nos
sentimos furiosos? ¿Es preferible contener la rabia o es mejor dejarla salir y
expresarla sin contemplaciones?
La solución, posiblemente, radique en encontrar un punto intermedio.
Para aprender a encauzar la ira proponemos
una serie de pasos. Siguiendo este proceso podremos descubrir qué nos
está afectando y qué necesitamos para solucionar esta situación.
·
Un
primer paso indispensable para utilizar la ira de manera positiva es detectar
que se ha despertado esta emoción: reconocer que estamos enfadados por algo y
que este algo que nos ha molestado.
A veces intentamos camuflar esos sentimientos
negativos que tenemos bajo un rostro amable o alegre, pero a veces el tono de
voz o una postura rígida y acorazada evidencian ese malestar con uno mismo y
con los demás.
En otras ocasiones no somos conscientes de
nuestra ira y es precisamente entonces cuando es más probable que se convierta
en un problema. Si uno no detecta que se ha encendido una señal de alarma no se
movilizará. La señal tendrá que ser más potente para que sea percibida, lo cual
significa, en términos de ira, una mayor acumulación, la cual amenazará con
descargarse de manera incontrolada.
Es importante, por lo tanto, detenerse a
pensar y saber exactamente lo que sentimos, intentando poner en palabras las
sensaciones. Este primer paso se debe realizar en silencio. Se trata de
reconocer la emoción en uno mismo, con lo cual no es necesario todavía
mostrarla o expresarla a los demás.
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Un
segundo paso es admitir la frustración:
¿Por qué nos enfadamos? Si observamos todas
las situaciones en que nos sentimos enfadados veremos que tienen todas algo en
común: un sentimiento de frustración, decepción, impotencia. El enfado o
malestar viene a ser como una señal que
se enciende cuando un deseo o lo que esperábamos que ocurriera no ocurre. El
objetivo principal de la ira, por lo tanto, es avisarnos de algo que sucede en
nuestro interior.
Para poder controlar esa ira es importante
acercarse a ella, conocerla mejor, y por eso es útil preguntarse sobre su
procedencia. Cuanto más se sepa de la emoción más fácil resultará encauzarla
hacia dónde se desea. Para descubrir qué ha desencadenado la ira es preciso ir
tirando del hilo, formulándose preguntas como:
• ¿Cuál ha sido la situación o situaciones
que me han molestado?
• ¿Por qué me enfurecen tanto?
• ¿La sensación que ahora siento me recuerda alguna vivencia pasada desagradable?
• ¿Por qué me enfurecen tanto?
• ¿La sensación que ahora siento me recuerda alguna vivencia pasada desagradable?
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Un
tercer paso es asumir la responsabilidad
Muchas veces se canaliza la rabia hacia
personas o situaciones que no constituyen su origen real, como ocurre cuando se
descarga el malestar acumulado durante el día con la familia o las personas de
confianza. O cuando se reacciona exageradamente a lo que hacen o dicen los
demás porque, sin que se den cuenta, han tocado una herida o un punto débil que
proviene de vivencias pasadas desagradables.
La tendencia más fácil al sentir rabia es
echar las culpas fuera, hacia las otras personas o a las circunstancias: «Él me
saca de quicio», «Esto no es justo», «me tienen manía»… y reaccionar. Con esta
actitud, sin embargo, se da por supuesto que los sentimentos están fuera de
nuestro control, pues sólo se deben a lo que nos hacen los demás o a lo que nos
sucede.
Pero de quien más habla la emoción que
estamos sintiendo es de nosotros mismos. Las reacciones ante un mismo hecho
pueden ser muy diversas. Lo que para una persona puede ser inadmisible y
generarle mucha rabia, otra puede vivirlo de manera muy distinta, precisamente
porque cada persona tiene una historia y un carácter diferente. Entenderlo así
ayuda a responsabilizarse de las propias reacciones y aprender sobre uno mismo
a través suyo. En cualquier caso somos responsables de nuestra actitud y de lo
que generamos con ella.
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Un
cuarto paso es liberar esa tensión, ese enfado o esa ira
Al sentir ira, el cuerpo responde al
instante segregando adrenalina, la hormona que tensa los músculos, acentúa la
alerta e incrementa los latidos del corazón. Es una respuesta instintiva. Al
enfadarnos, nuestro organismo se prepara para una acción que muchas veces no
llega a realizarse, con lo cual se acumula una tensión que no se libera.
La ira que tenemos acumulada y que no
encuentra vías para descargarse puede somatizarse con síntomas físicos, como
úlceras, hipertensión, dolor de cabeza, tensiones musculares… o bien, con
explosiones de cólera fuera de lugar. Por ello es muy importante encontrar
canales para descargar la ira que permitan volver a un estado más tranquilo.
Una manera de evitar grandes explosiones es
discutir con más frecuencia, hablar de los malos entendidos en el momento en
que pasan. Si las pequeñas desavenencias son ventiladas con regularidad se
evita la peligrosa acumulación de la ira. A veces una fuerte discusión, si se
resuelve adecuadamente, puede ser muy beneficiosa, pues permite que se restablezca
una comunicación sincera y que la relación adquiera una mayor profundidad.
Otra manera de aligerar la ira es utilizar
el cuerpo para realizar acciones físicas que permitan descargarse y liberar la
enorme tensión que se acumula, como dar golpes a un cojín, correr unos metros,
gritar… El deporte o el ejercicio practicado de forma regular también puede
resultar útil.
Una cosa es la acción de pura descarga y
otra la agresión al prójimo. La descarga se convierte en destructiva cuando va
asociada al deseo de hacer sufrir o castigar. En estos momentos es preferible
tomar distancia: contar hasta diez, darse un paseo, encontrar otras formas para
descargar toda esta energía concentrada… para que las aguas vuelvan a su cauce.
·
Por
último tenemos que expresar el mensaje:
La ira puede ser una barrera para la
comprensión entre las personas o, por el contrario, una vía para acercarse y
profundizar en la relación. Pero, ¿cómo se consigue este efecto positivo del
enfado?
·
Lo
primero es alcanzar una visión más clara y equilibrada de la situación,
comprendiendo su verdadero origen.
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Lo segundo es aprender a expresarse, hacerle
saber a los demás el impacto que ha tenido su acción o su actitud en nosotros.
La ira que resuelve en lugar de destruir es
aquella que procura que en una próxima ocasión no vuelva a repetirse la misma
situación que la ha generado. Por ello es tan importante hacer llegar a la otra
persona nuestro mensaje. Es más fácil que esto se consiga hablando de uno
mismo, de los propios sentimientos y sensaciones, o de la necesidad o la
expectativa que no se ha visto cumplida. Mientras que si la otra persona se
siente juzgada, atacada u ofendida es difícil que le llegue el mensaje e
intente cambiar su actitud.
Desde pequeños experimentamos la ira. Los
berrinches de la infancia, la rabia adolescente… seguramente tardamos años en
conseguir expresar adecuadamente la cólera, ira o enfado ante la frustración,
pero sin duda constituye un aprendizaje vital. El enfado tiene una importante utilidad:
ayuda a reafirmarse uno mismo, a diferenciarse, a expresar el propio punto de
vista y las propias necesidades. La cuestión está en saber expresarse
adecuadamente, para que el poder de la ira nos fortalezca pero también nos
aproxime a los demás.
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