Descartes no
tiene una filosofía moral o ética excesivamente elaboradas. En el Discurso del Método nos provee, más
bien, de unas normas morales o máximas
de comportamiento que sugieren que siguió las opiniones comúnmente aceptadas en
este ámbito. Aún así, en relación con la cuestión epistemológica,
cabe reseñar
que Descartes pensó que las reglas del método habrían de poderse también
aplicar a la moral. Así, en la parte I del Discurso
nos dice que tenía “extremado deseo de
aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis
acciones y caminar con seguridad en esta vida”.
La referencia
a la filosofía de la acción (ética)
y su interrelación con la verdad y la falsedad (epistemología) sugiere que el pensamiento de Descartes presenta una
raíz común a cualquier ámbito del conocimiento. La confianza en un método o
sistema racional de investigación, conducido según reglas simples e inspirado
en los procedimientos algebraico-geométricos habría, según Descartes, de
proporcionar buenos frutos en cualquier disciplina, de modo que no habría “(cosas) tan alejadas a las que no se
lleguen, ni tan escondidas que no se descubran”.
Otras
afirmaciones de descartes prueban que el autor prentendía utilizar en las
cuestiones morales el método analítico-deductivo por él propuesto. Al final de
la parte II del Discurso leemos que
dado que el método no lo había “sujetado a ninguna materia en particular, me
prometía aplicarlo tan útilmente a las dificultades de otras ciencias como lo
había hecho a las del álgebra”. Entre estas “otras” ciencias se encuentra, sin
duda, la ciencia del comportamiento sujeto a valores, esto es, la moral.
Por otro lado,
sabemos que Descartes tenía en proyecto acometer una investigación sistemática
sobre la ética, según el método. Este proyecto fue diferido durante su vida y,
aunque antes de morir publicó Las
pasiones del alma obra en la que analizaba en detalle la afectación de la
razón por los sentidos y las pasiones, el objetivo de desarrollar una moral
“definitiva” sobre báses analíticas quedó inconcluso.
La importancia
que, a pesar de todo, la moral tiene para Descartes queda de manifiesto en su
concepción de la libertad. La libertad, idea rectora en el ámbito moral, es una
idea innata, según Descartes, y, además, probablemente la más importante de
todas, porque es el reflejo del sometimiento del cuerpo al alma, de las
pasiones irracionales e involuntarias a la Voluntad del sujeto (y recordemos la que Voluntad
es la otra gran facultad de la
Razón , junto al Entendimiento).
En el Discurso del Método, la introducción de
la moral provisional se realiza un poco a trasmano. En la lógica del Discurso,
a la parte II sucede “naturalmente” la parte IV (es decir, a la reflexión
epistemológica sobre el método debe suceder “naturalmente” la exposición de los
resultados obtenidos con éste, o sea, la deducción de las sustancias). Sin
embargo, de repente, y como una cuña, Descartes interrumpe la “lógica” de su Discurso e introduce la parte III, sobre
la moral. Se ha sugerido que tal vez esta parte fuera un añadido a posteriori,
para “humanizar” la obra y presentar a Descartes como una persona moderada,
creyente e intachable.
En la
justificación de por qué investigar la moral, en este punto, Descartes razona
del siguiente modo: si debo someter todos mis conocimientos a un proceso de
ánalisis, de duda, de clarificación, no resolviendo precipitadamente sobre su
verdad, sino esperando al dictamen de la razón conducida por el método (“ajustado
al nivel de la razón”, dirá Descartes), y si este proceso de “suspensión del
juicio” debe afectar también a las normas y principios morales, entonces, dado
que la tarea puede tomar un largo tiempo durante el cual es necesario convivir
en sociedad, es preciso proveerse de algunos principios básicos para garantizar
esa convivencia. Descartes vuelve aquí a utilizar una metáfora. Al principio de
la parte III del Discurso, la
dedicada a la moral, dice: “no es
bastante antes de comenzar a reconstruir el alojamiento en que se habita, con
derribarlo (…) sino que también hay que haberse provisto de alguna otra
habitación en donde se pueda estar alojado cómodamente”.
Tras esta
metáfora se esconde la idea esencial de la moral cartesiana: la vida, la
acción, no admiten demoras. Es necesario en muchas ocasiones tomar decisiones
con rápidez, e incluso con información insuficiente. No se puede “permanecer
irresoluto”. Por todo ello, dice Descartes: “hice mía una moral provisional que no consistía sino en tres o cuatro
máximas”.
Tomada en su
conjunto, la moral provisional de Descartes no aporta ningún ingrediente nuevo
al tratamiento de las cuestiones morales en la época. Su moral es partícipe de
ideas aristotélicas, socráticas y estoicas, y en general, respira moderación,
conservadurismo e intelectualismo. Descartes se cuida de presentarse como un
ciudadano “medio” de conducta irreprochable, adaptada a las convenciones
vigentes entre sus conciudadanos. Analizadas brevemente, las máximas de la
moral provisional de Descartes son las siguientes:
- “Obedecer las leyes y las costumbres de
mi propio país, conservando con constancia la religión en la que Dios me
ha dado la gracia de ser instruído desde mi infancia, y rigiéndome en todo
lo demás con arreglo a las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso
que fuesen aprobadas comunmente en la práctica por los más sensatos de
aquellos con quienes tendría que vivir”.
En esta
máxima, Descartes expresa con claridad los mencionados convencionalismo y
moderación. Aboga por conductas alejadas de los excesos, recordando la teoría
del justo medio de Aristóteles, y propone actuar según las normas de los “mas
sensatos”, a quienes puede interpretarse como los de mejor juicio. Descartes
trata de pasar por un ciudadano modelo, creyente por encima de todo, e incapaz
de poner en cuestión el orden establecido. En la desaprobación de las conductas
extremas, sin embargo, deja caer una idea quizás un tanto molesta para la
mentalidad oficial de la época: considera un exceso los votos religiosos
(pobreza, castidad y obediencia), ya que suponen compromisos que en el momento
de adquidirse, y al ser para toda la vida, no tienen en cuenta que no hay “en el mundo ninguna cosa que permanezca
siempre en el mismo estado”.
- “Ser en mis acciones lo más firme y lo
más resuelto que pudiese, y no seguir con menos constancia las opiniones
más dudosas una vez que me hubiese determinado, que si hubiesen sido muy
seguras”.
Esta
“constancia” en el comportamiento recuerda a los estoicos y es una prueba de la
diferencia que Descartes encuentra entre las cuestiones epistemológica y las
morales. En estas últimas debe actuarse comúnmente de modo rápido, sin tener
toda la información o la garantía de acertar. En las cuestiones científicas, en
cambio, el entendimiento medita con atención todas sus pruebas. Descartes
utiliza la metáfora de un bosque en el que nos hemos perdido para explicar esta
máxima. No debemos vagar de un lugar a otro, o detenernos, o rectificar
constantemente nuestro criterio, sino que, una vez resueltos a caminar en una
dirección, hacerlo siempre así a pesar de las dificultades. Esto significa que
“puesto que a menudo las acciones de la
vida no admiten ninguna demora, es una verdad muy cierta que, cuando no está en
nuestro poder discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más probables”.
3. “Procurar
siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y modificar mis deseos antes
que el orden del mundo”.
Esta máxima es
radicalmente estoica, y se basa en la idea de que “no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros
pensamientos”. Descartes se presenta como un hombre dispuesto a cambiar
interiormente antes que a promover un cambio (y mucho menos violento) en los
usos y normas habituales en la sociedad en la que vive. Se cuida muchísimo de
aparecer como un revolucionario o perturbador del orden. Menciona
implícitamente a Séneca (estoico) al afirmar que es más feliz quien sabe
controlar lo que desea que quien vive constantemente pendiente de deseos que no
dependen de él. Así, auténticamente sabio es quien hace de esta máxima una guía
moral. Tal actitud, reconoce Descartes, exige una “meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar con este
sesgo todas las cosas”.
4. Como
conclusión de esta moral, Descartes propone cultivar la razón por encima de
todo y aprender constantemente. Este intelectualismo moral es herencia de
Sócrates. És la razón las que da la medida del bien y del mal. En sus palabras:
“pensé
que no podía hacer nada mejor que emplear toda mi vida en cultivar mi razón y
avanzar, tanto como pudiese, en el conocimiento de la verdad, siguiendo el
método que me había prescrito”.
El socrátismo
cartesiano alcanza su cénit es la afirmación de que el buen juicio de una razón
instruída y educada será la mejor garantía de las buenas obras y de la elección
del camino correcto: “es suficiente
juzgar bien para obrar bien, y juzgar lo mejor que se pueda, para obrar también
todo lo mejor que se pueda, es decir, para adquirir todas las virtudes(…) que
pueden lograrse”.
Descartes
finaliza la parte III del Discurso
con una llamada reiterada al ejercicio de la razón, la cual, a medida que
avanza en su tarea de conocimiento, será consciente, también en la línea
socrática, de lo largo del camino que aún le queda. El sometimiento de la ignorancia, la superación del escepticismo y la
declaración de no someter la fe en Dios a la duda metódica son las ideas que
lanza Descartes en estas páginas, ideas que enlazan de modo bello con un
alegato a favor del progreso de las
ciencias en la búsqueda de la verdad, idea que anticipa el ideal ilustrado
de un saber liberador para el ser humano.
Y fiel a su
máxima de que el hombre trabaja mejor en soledad y produce mejor a través del
examen atento de su sóla razón, Descartes termina informándonos de su decisión
de retirarse “aquí, a un país (Holanda)
en el que pudiera vivir tan solitario y retirado como en los desiertos más
apartados”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario