La
adolescencia es un período especialmente importante en la vida de nuestros
hijos, ya que en ella se produce la transición de la infancia a la edad adulta,
desarrollándose las características fundamentales de la persona, que configuran
su personalidad.
Aunque es
difícil precisar la edad exacta en la que comienza y termina la adolescencia,
puesto que en cada persona puede variar de forma considerable, en líneas
generales podemos establecer su comienzo hacia los doce o trece años, y su fin
en torno a los veinte.
La
adolescencia supone cambios físicos, psicológicos y sociales. Serán muy evidentes
los primeros en la pubertad: un crecimiento considerable en un breve período de
tiempo, junto con el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios.
Serán
mucho más sutiles o de expresión más lenta los cambios derivados de nuevas estructuras
de pensamiento, así como de necesidades personales y emocionales que no se
habían experimentado antes. Como resultado de la confluencia de todos estos
cambios, el hijo adolescente no sólo tiene una nueva apariencia corporal, sino una
identidad personal propia y madura. Este proceso conlleva inevitablemente una diferenciación
del mundo adulto, tanto en lo externo (manifestado en la vestimenta y el
lenguaje), como en lo interno (ideología, pensamiento) que producen, en
numerosas ocasiones, confrontación y rebeldía.
El
adolescente se encuentra atrapado entre dos sentimientos contradictorios:
por un
lado, tiene la urgente necesidad de ser autónomo, obrar según su criterio y ser
protagonista de sus propios actos. Por otro, necesita aún sentirse arropado en el
entorno seguro creado por sus padres, donde otros toman las decisiones y velan por
él como siempre han hecho. La rebeldía es la expresión de esa encrucijada, de
ese encontronazo entre sus necesidades opuestas de libertad y protección. La rebelión
de nuestro hijo adolescente ante nosotros, sus padres, es una forma de expresar
que está formando su propia personalidad, aquélla que le hace reconocerse como
individuo único capaz de tomar decisiones según sus opiniones y experiencias propias,
y no en función de las nuestras.
El
adolescente suele provocar situaciones extremas, buscando los límites paternos,
que le proporcionen la seguridad que ha dejado de sentir. Una parte de su yo
necesita y reclama la libertad de actuar según sus propias creencias, a fin de hacerse
con una identidad personal independiente, pero otra parte está asustada, teme
esa libertad que conlleva mucha responsabilidad y pide que los adultos tomen sus
decisiones, haciéndole sentirse resguardado bajo el paraguas de su protección.
Por todo ello, la adolescencia es una etapa vital, con unas características
inherentes que la convierten en un factor de riesgo ante el uso de las NNTT,
tales como las siguientes:
Necesidad de autonomía
En este
periodo el hijo adolescente buscará la independencia y autonomía de sus padres.
Aunque legalmente dependen del núcleo familiar hasta los 18 años, los jóvenes
consideran que son adultos varios años antes y se sienten legitimados para decidir
por sí mismos sobre su manera de pensar, sentir y actuar.
Nuestro
hijo busca esa independencia en su entorno más próximo. Para lograrlo se obliga
a sí mismo a ser diferente, a tener opiniones contrarias a los adultos o a las
instituciones que identifica como centros de poder (escuela o familia) y que, por
tanto, limitan su libertad. Cualquier parecido con nuestras ideas o creencias parece
una claudicación y una derrota. Esta actitud tan radical se irá suavizando a
medida que vaya creciendo y ganando confianza en sí mismo, es decir, cuando ya
no necesite demostrar que es una persona diferente, y comprenda que lo que piensa
es válido y aceptado por los demás, por lo que ya no es necesario estar en confrontación
con los adultos.
Búsqueda de la propia identidad
Los
adolescentes están en búsqueda constante de su propia personalidad. Para encontrarla
necesitan demostrar que ya no son los de antes, que no piensan, actúan o
sienten del mismo modo, porque ahora tienen sus propias ideas. En lo cotidiano,
esto se traduce en una actitud desafiante, en una oposición carente de
argumentos y una crítica exagerada, con un único fin: desarrollar su identidad.
Egocentrismo y fábula personal
A
nuestros hijos adolescentes les resulta complicado distinguir entre lo que los demás
están pensando y sus propias preocupaciones. Por ejemplo, creen que si a ellos
les preocupa extremadamente su aspecto físico también los demás estarán muy
pendientes de él; sienten que los demás les critican o admiran de idéntica forma
a cómo ellos mismos se critican o admiran, por lo que, según van variando los
pensamientos sobre sí mismos, también cambia su percepción de cómo les ven los
demás.
Posiblemente
es esta percepción de ser el centro y acaparar la atención de los que les
rodean, la que les hace sentirse seres especiales y únicos, lo que les lleva a fantasear
sobre sí mismos imaginando que son protagonistas de las más inverosímiles historias
(este pensamiento se denomina fábula personal). Estas fantasías no deben ser
reprimidas, puesto que forman parte de los mecanismos de defensa que el
adolescente utiliza para sentirse mejor, controlando todo aquello que en la
vida real se le escapa y conformando caprichosamente un mundo a su medida.
Influencia de los amigos y
compañeros
Los
amigos cumplen una función fundamental en el desarrollo del adolescente por su
destacado papel en la formación de la identidad; se convierten en un grupo de
referencia, el único contra el que no necesita rebelarse sino todo lo contrario,
ya que están en el mismo equipo; todos ellos se oponen a los adultos, se
sienten iguales y actúan con complicidad. Los amigos ocupan el vacío emocional
que dejan los padres en esta etapa en que el adolescente se desvincula de la
influencia recibida durante su niñez.
Por otra
parte, el grupo de amigos tiene una función terapéutica, de escucha porque en
él se comparten angustias, discusiones con los padres y otros problemas. Con
sus iguales, el adolescente se siente protegido y entendido, rodeado de la
seguridad y aceptación que requiere para afianzar su autoestima y seguridad. No
obstante, conforme el adolescente vaya madurando, su sentido de la amistad y la
necesidad de integración en grupos evolucionarán a la par que sus necesidades, objetivos
y habilidades.
Aunque el
concepto gregario se vaya transformando, en cualquier etapa tener amigos va a
ser un indicador de buen equilibrio personal. Las relaciones de amistad permiten
el aprendizaje de las habilidades sociales, la comprensión del punto de vista
del otro, tener un apoyo emocional ante las dificultades y ayuda ante los problemas.
Orientación al riesgo
Los
comportamientos de los adolescentes están orientados a la búsqueda de riesgos y
de límites, a fin de establecer por su propia experiencia qué puede hacerse y
qué no, qué reporta mejores o peores consecuencias. La necesidad del
adolescente de sentirse especial puede hacerle pensar que es invulnerable y
omnipotente, creyendo que no sufrirá las consecuencias de los riesgos a los que
se expone. Esta distorsión, que puede darse en cualquier grupo de edad, se
acentúa especialmente en la adolescencia temprana, entre los doce y quince
años.
Todas
estas características de la adolescencia se producen a una edad en la que el
uso de las NNTT se hace intenso. Internet, las redes sociales, los móviles o
videojuegos se convierten en señas de identidad para el joven, en la forma
habitual de emplear su ocio, el canal más importante de información para sus
tareas escolares o el medio estrella para relacionarse con sus amigos. Este
caudal de información y de relaciones tan completo le llega al adolescente en
un período en el que se aleja de sus padres, exige privacidad y autonomía y se
rebela ante el control. Por todo ello, la adolescencia supone un factor de
riesgo ante el uso de las NNTT, que los padres y educadores deben conocer y
prevenir adecuadamente.
Guía para
padres con hijos en Educación Secundaria sobre el uso saludable de las nuevas
tecnologías. Francisco Labrador Encinas, Ana Requesens Moll, Mayte Helguera Fuentes
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